jueves, 22 de marzo de 2012

EL CLEMENTE

El abuelo me dejó colgar en la carnicería, al lado de las ristras de ajo, un Clemente de cartulina amarilla que me había llevado una tarde entera hacer. Tenía las patas a rayas y el pico en relieve. Yo los hacía para venderlos, pero al abuelo se lo regalé.

El Clemente no tenía brazos. Yo tenía miedo de que un día el abuelo cayera encima de la sierra y se quedara sin brazos.

Un día se resbaló y se cortó la mano hasta el hueso, lo cosieron, lo enyesaron y siguió teniendo la mano. Cuando se jubiló, y vendió la sierra, junto con las demás herramientas y heladeras, el médico quiso cortarle una pierna, por la diabetes.

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